Ubicada en un enclave de gran belleza y valor paisajístico, frente al mar Mediterráneo, entre el Portixol y Cala Blanca, la casa Sardinera descansa en la cima de una ladera, flanqueada por una lengua de tierra que desemboca en el mar, sobre una cala de agua turquesa.
Un conjunto de muros de hormigón blanco se disparan en diferentes direcciones, comprimiendo y expandiendo las visuales, generando múltiples escenas. Los planos verticales quedan acotados por largos voladizos horizontales que se extienden buscando el mar, generando porches que delimitan el extenso espacio de la terraza. Por su sistema constructivo, los voladizos no se apoyan en los muros, sino que se encajan entre ellos, aumentando la tensión visual y creando sensaciones contradictorias entre masividad y liviandad.
La vivienda tiene un fuerte carácter tectónico gracias a la expresividad de los materiales empleados. Se ha conseguido que las texturas del hormigón blanco entablillado y de la madera blanqueada se asemejen tanto que en ocasiones llegan a mimetizarse.
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En planta basamento, además de las zonas de servicio y aparcamiento, se dispone una zona de gimnasio y piscina interior, con sauna y vestuario. Las piscinas interior y exterior, ubicadas a distintos niveles, quedan conectadas por una ventana longitudinal, a través de la cual, el agua de la piscina exterior proyecta sombras en el interior.
La escalera se trata como un elemento escultural. A través de unos peldaños de vidrio translúcido se deja ver el mar. Por la noche los escalones se iluminan y actúan como lámpara. La barandilla es un plano inclinado que sigue el concepto de los muros generadores de la arquitectura. El salón adquiere un protagonismo y una dimensión singular, una esquina de vidrio de seis metros de altura enmarca las mejores vistas al mar. A lo largo de toda la casa se generan múltiples espacios desde donde contemplarlo tanto desde cada una de sus estancias interiores como de sus espacios exteriores.
El acceso se realiza a través de un volumen a doble altura, cuyos muros laterales focalizan la vista hacia el mar, ofreciendo el primer contacto del visitante con el horizonte. En planta baja se disponen las estancias de día, formando parte de un conjunto continuo, articulado por los muros de hormigón blanco. En los intersticios resultantes se introducen elementos vegetales que trasladan el jardín al interior de la casa. Cada estancia cuenta con un porche abierto al horizonte.
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Toda la iluminación de la vivienda se realiza con LED regulable y está integrada en la arquitectura. En el exterior se disponen unas líneas de luz que prolongan de manera imaginaria los muros que conforman la casa.
El espacio exterior se concibe como una continuidad de la arquitectura. Las líneas generadoras del proyecto se extienden más allá de los ejes de los muros y marcan las pautas de la vegetación, las zonas pavimentadas, la piscina y la iluminación exterior.